Cuando la
camanchaca
entraba por la
bahía
escondiendo en
sus manos los lanchones
en las casas de
los pescadores
se cerraban
ventanas y puertas
se encendían
velas y lámparas de kerosén
En la noche mal
iluminada
los rostros
contenían el silencio
llegaban
entonces
los hijos de la
bruma
venían con sus
largas y huesudas manos
a señalarnos el
futuro
a respirar el
aliento
de los enfermos
y de los ancianos
Nunca vi sus
rostros descarnados
nunca supe a
qué temíamos
sólo recuerdo
que a veces
después de la
niebla
los cerros
aparecían más verdes
más coloridas
las flores de los jardines
más iluminados
los muelles
y las redes
brillaban
cargadas de cristales.
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