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(Un Tal Duarte)

En la noche de Santiago todavía andan ancianas, con fotografías pegadas a los ojos, buscando a los que no están.

Alegrías

(Un Tal Duarte)

Sabiendo que era Septiembre, el niño corrió feliz con su volantín hasta el parque, donde un anciano miraba al cielo, gozoso de comenzar un nuevo año.

Campo minado

(Un Tal Duarte)

A veces salen mariposas
desde el suelo
incluso avispas
o lagartos
o culebras

A veces también salen
esquirlas de granada
y desgarros de hombre descuidado

Otras veces sale nada

y otras
huesos
cráneos con la sonrisa de la muerte
falanges rotas
tibias
y ardientes cuencas de ojos
oscuridad de alambre de púas
encarcelando frontales . . . parietales

Las veces que yo he visto
han sido tantas

una vez vi una bala brotando
como flor desgranada
en el pecho blando
óseo
pero blando
de un asesinado a balazos
y vi brotar un pie
y una mano primero
luego el cuerpo en el pantano

en otra ocasión fueron
simplemente dos amantes
que nacían al amor
y engendraban ese amor
en el pasto tierno
de una plaza
ajenos a todo tema

y otra vez vi
una primavera entera
que subió por todas partes

cierto que fue sólo un instante

un disparo derribó
las flores
los pétalos
las hojas

y vi también
que desde el suelo
salían cascos y botas
y metrallas
y tanques
y aviones
y generales
convirtiéndolo todo
en un campo minado

aunque
a veces
sigan saliendo mariposas
desde el suelo
o sigan
los amantes
en el parque.

(febrero de 1985).


LA NIÑA DE GUATEMALA

(José Martí)

Quiero, a la sombra de un ala,
contar este cuento en flor:
la niña de Guatemala,
la que se murió de amor.

Eran de lirios los ramos,
y las orlas de reseda
y de jazmín: la enterramos
en una caja de seda.

Ella dio al desmemoriado
una almohadilla de olor:
él volvió, volvió casado:
ella se murió de amor.

Iban cargándola en andas
obispos y embajadores:
detrás iba el pueblo en tandas,
todo cargado de flores.

Ella, por volverlo a ver,
salió a verlo al mirador:
él volvió con su mujer:
ella se murió de amor.

Como de bronce candente
al beso de despedida
era su frente ¡la frente
que más he amado en mi vida!

Se entró de tarde en el río,
la sacó muerta el doctor:
dicen que murió de frío:
yo sé que murió de amor.

Allí, en la bóveda helada,
la pusieron en dos bancos:
besé su mano afilada,
besé sus zapatos blancos.

Callado, al oscurecer,
me llamó el enterrador:
¡Nunca más he vuelto a ver
a la que murió de amor!

LA GUERRA Y LOS NIÑOS

(Un Tal Duarte)




Los niños juegan construyendo trincheras de barro y arena
y magníficas ciudades levantadas en medio de una selva de claveles
/y rosas

olvidando sus temores ante tanta fortaleza
disponen los soldados prestos a la guerra

aquí los aliados
allá los enemigos

después de la señal todo es destrucción
no queda una piedra encima de la otra

a esa misma hora
un océano distante del jardín y de las rosas

otra batalla se ejecuta
otra ciudad se vuelve niebla

encima del escombro
los niños ya no juegan
a la guerra


(julio de 2000)

Nota:
La fotografía de esta entrada la tomé en préstamo desde las páginas de www.diariouno.cl.
Apareció en el número 9 de la edición impresa.
De paso quisiera recomendar su lectura.
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EL LUGAR DEL SECRETO

(Un Tal Duarte)

Todavía un temblor recorre mi espalda cuando recuerdo esas noches extrañas, largas noches de insomnio que se prolongaban por las calles, por los pasadizos, por los recovecos y las paredes de las casas.


Ocasiones en que una luz blanca descendía desde las nubes filtrándose por las ventanas mal cerradas, por las aberturas de las puertas, por sus rendijas, expandiéndose por el suelo como agua derramada. En esas situaciones, si una mano se sentía tocada, o un pié se veía alcanzado por el haz, se escabullía como un ratón, escondiéndose. Lo peor no era la luz, su presencia brillante y delatora, sino el ruido penetrante que le acompañaba siempre, siempre, haciendo temblar las paredes y los muebles, vibrar los escasos vidrios. El techo parecía querer desprenderse empujado por esa furia que volaba en la oscuridad. La náusea se acercaba a nuestras gargantas anunciando el vómito verde del miedo.

En alguna oportunidad miré a través de las aberturas y vi sombras que caminaban lentas, cautelosas, cubiertas con grandes mantas, portando armas que se dibujaban al contraluz. A veces se escuchaba, al otro lado de las débiles paredes, el roce de los cuerpos que avanzaban buscando. Se percibían sus murmullos, sus respiraciones agitadas.

Debajo de las casas había un mundo de túneles, húmedos y estrechos, por donde se deslizaban, a menudo con poca suerte, los perseguidos.

Tantas veces recorrieron las sombras nuestros lugares, nuestros escondrijos. Tantas veces pasaron por el lado o por encima del secreto, que vivíamos atentos a su aparición repentina, a su presencia de fantasmas.

También solía ocurrir que escucháramos el ruido de puertas derribadas, vidrios que se quebraban, muros que se caían con estrépito de huesos.

Al final quedaban sólo las tinieblas coronadas por un llanterío de ancianos y de niños, por un llanterío de hombres y mujeres, por un aullar de perros. Al final quedaban en el aire olores a cloaca y a pólvora, a humo de incendio, a muerte. La noche temblaba ciega en los rincones.

Las horas caían como gotas sucias, caminando cansadas hasta el amanecer.

Con la llegada del nuevo día, íbamos por las calles sin mirar las casas heridas, sin reparar en las manchas púrpura de la tierra o de los muros, sin preguntar por las ausencias. Callados. Silenciosos. Preguntándonos si aún el secreto permanecía en su lugar.


(Sept. 12 de 2003)

Para no despertar a la patrona

Primero fue un happy hour en El 21. Después una parrillada en Eladio. Bailó salsa en Bellavista. A las cinco de la mañana tomó un taxi a la salida de una casa sin reputación. Cerca de las seis pedía al taxista que le dejara “a la entrada del pasaje no más”. Caminó hasta su casa. Metió la llave en la cerradura.
— Despacio, calladito — se dijo — para no despertar a la patrona.
Entró en puntillas, midiendo las distancias, calculando los pasos. En la habitación, mientras su esposa dormía, comenzó a desvestirse lentamente.
Todo comenzó al sonar su porquería de celular.

(Julio 2003)

RAUL PELLEGRIN

A la Dra. Pellegrin [1]

Creí que la noche
se me metía en la sangre.

Curvo el torso en el vacío
se crisparon mis manos
apreté los dientes
hasta romperlos.

Creí que el sol
entraba a mis ojos.

Me hice pequeño
me fui haciendo ovillo.

Era un cuchillo de hielo.
Era el dolor
que se metía en mis huesos.

Agosto de 2006.

[1] La Dra. Pellegrin es hermana de Raúl Pellegrin.
En alguna edición de la revista Punto Final apareció un reportaje, o crónica, o entrevista, donde se destaca la labor que cumple la doctora en el tratamiento del dolor.

Entraban Todos

Entraban todos
como por un silencio abierto
entraban todos
bebían, contaban chistes,
se mostraban viejas fotografías
contaban cuentos
adornados de crustáceos y de algas
alguna canción se escuchaba en el bar
los barcos entraban en la niebla
atrás quedaba un pueblo solo
iluminado apenas por faroles
el bar vacío
el faro apagado
la música de un órgano
en el fondo de la Iglesia...

(Octubre de 2006)

YO ESTUDIABA EN EL EXTRANJERO EN 1953 (Roque Dalton)



Era la época en que yo juraba
que la Coca Cola uruguaya era mejor que la Coca Cola chilena
y que la nacionalidad era una cólera llameante
como cuando una tipa de la calle Bandera
no me quiso vender otra cerveza
porque dijo que estaba ya demasiado borracho
y que la prueba era que yo hablaba harto raro
haciéndome el extranjero
cuando evidentemente era más chileno que los porotos.


Este poema de Roque Dalton lo tenía guardado desde hace mucho tiempo entre mis papeles, junto a otros del mismo autor. Lo publico aquí para motivar a mis amigos, a mis compañeros, a escarbar buscando otros poemas y conocer su biografía. Encontrarán, en la aparente simpleza de su obra, una compleja relación entre poesía y revolución.

El fugitivo de las azoteas.

Día a día le han perseguido, huyó por recovecos, por callejones malolientes, por calles largas de asfalto y adoquines. Conoce todos los secretos de la urbe. Esta noche contempla la ciudad que se extiende bajo un cielo sin estrellas. Desde la azotea en que se encuentra desciende, cauteloso, a beber de una pileta. Se sumerge en el agua, lentamente, respondiendo al llamado de una voz que le conduce a una ciudad invadida por la luz.
En el oscuro amanecer, los ojos asombrados de los barrenderos municipales observan, encima de la plaza, una nube de mariposas amarillas.

Publicado en: Santiago en 100 palabras de 2003.
(julio 2002)

Mamalluca

(Un Tal Duarte)

Mamalluca
de cuesta polvorienta,
llegamos hasta tus ojos abiertos
por angostas pendientes de silencio
a leer del tejido universal,
de dioses consteladas biografías.

Bajo el cielo que tus manos alcanzan
danzan ninfas de plata en las montañas
con la luna que se alza iluminada
tras una blanca sábana de nieve.

Una nube azul de estrellas remotas,
Venus, de horizontes crepusculares,
y la imagen letal del escorpión
anuncian nuestra ínfima presencia.

Seremos parte de ti, Mamalluca,
polvo milenario, materia cósmica.

Convertidos en mineral vibrante
rodaremos, descendiendo laderas,
para volver de nuevo hasta tu cima
hechos de luz: cometas pasajeros.


(Octubre de 2002)

Nuestros caídos

homenaje a quienes luchando día a día
cayeron en las oscuras celdas de la injusticia
en sus máquinas de tortura, bajo sus balas y bombas...
a los milicianos y milicianas de la Resistencia Chilena.

He vivido por la alegría
por la alegría he ido al combate
y por la alegría muero.
Que la tristeza no sea nunca
unida a mi nombre
(Julius Fusick)


estos hombres
que amaron
que fueron de piedra en piedra
de camino en camino
que abandonaron su patio y su calle
para encontrarse
(sin olvido)
en el centro de la marejada
de manos y puños alzados

que sirvieron de alimento
de semilla y tierra fértil
que fueron labradores
en el amanecer de las montañas
y emergieron como guerreros
en todas partes

estos hombres
que quedaron tendidos al sol
después de cada temporal
secando sus venas desangradas

que vivieron amando
que amaron altivos y serenos

estos hombres más iguales que otros
y aún así diferentes
por su valor y esperanza
por su afán constructor

estos hombres
que fueron armados
de su violenta paciencia
y cuya armadura no bastó
no pudo ser
y fue
fue atravesada por el proyectil
más feroz y cobarde

estos hombres
que conociendo su andar de agonías
veían al final del mundo
un gran árbol lleno de frutos
un canasto alegre
lleno de panes por repartir

que decidieron continuar luchando
a pesar de la muerte
a pesar de fracasos
a pesar de cárceles y duelos

estos hombres
que compartieron
el inicio de la primavera próxima
derrotando inviernos

que no están
y están
cuyos nombres aparecen
de cuando en cuando y siempre
y recordamos
y repetimos
y repetiremos
de generación en generación

estos hombres

estos hombres son los nuestros
los que vinieron de la tierra agreste
de las tempestades
de los inviernos
de sus palas y arados
de sus redes
de su andar por calles
de todas partes
y a muchas horas de la mañana
y estuvieron de bosque en bosque
y nos enseñaron
el valor de la victoria
los caminos que nos quedan
la muerte heroica
silenciosa
como nuestro respeto
como nuestro minuto de silencio
y nuestros gritos callejeros
y nuestros ruidos de conquista

porque estos hombres
que cayeron por la patria
y no dijeron nada
vinieron a dejarnos
este río de eseranzas
esta agua pura y poderosa que bebemos
esta bandera atria
que marca hasta el final

LA RESISTENCIA . . .


(enero de 1986)

Desaparecido

y aunque mañana me busques
no encontrarás
ni la huella dinamitada
de mis huesos

y aún si encontraras
mi cráneo destrozado
o mi grito ahogado en vida por el lodo

y aún si encontraras al culpable de mi muerte
y el lugar preciso en que caí

y aún si pudieras meterme en una tumba
fresca y nueva con su cruz y con sus flores

y aún si los culpables
cayeran del lugar en que están
y des por encontradas todas mis moléculas

y aún si me encontraras medio vivo
en algún lugar del mundo
medio muerto
torturado hasta perder la identidad
hasta no ser yo

y aún si posiblemente
recuperaras tan sólo mi calavera

no me habrás encontrado
no me habrás encontrado
si no ocupas mi lugar
si no escribes los poemas que faltaron
si no luchas codo a codo con el pueblo
no me habrás encontrado
aunque pienses que sí me encontraste
no
no me habrás encontrado . . .


(1985.-)